"Toda adicción es una reducción del repertorio. El adicto invierte muchos, casi todos, los minutos de su día en pensar cuándo va a volver a consumir, qué consumirá, de dónde lo sacará, consumiendo, arrepintiéndose de haberlo hecho, disculpándose, averiguando cuándo y cómo volver a consumir. Leslie Jamison, que fue alcohólica, lo explica así, en una temporada en la que escribía su primera novela, titulada, irónicamente El armario de la ginebra (Sexto Piso)"...

Leslie Jamison: “Aun se cree que si no has perdido tu trabajo o acabado en la cárcel, no eres un alcohólico. Eso no es cierto. Los alcohólicos pueden tener todo tipo de vidas”

La escritora estadounidense publica ‘La huella de los días’, una historia que aborda la adicción desde el ‘nosotros’
The writer Leslie Jamison  New York New York August 15 2017.  Photograph © Beowulf Sheehan mailbeowulfsheehan.com
Beowulf Sheehan

Toda adicción es una reducción del repertorio. El adicto invierte muchos, casi todos, los minutos de su día en pensar cuándo va a volver a consumir, qué consumirá, de dónde lo sacará, consumiendo, arrepintiéndose de haberlo hecho, disculpándose, averiguando cuándo y cómo volver a consumir. Leslie Jamison, que fue alcohólica, lo explica así, en una temporada en la que escribía su primera novela, titulada, irónicamente El armario de la ginebra (Sexto Piso), vivía en Iowa con su novio y trabajaba en una pastelería“A las seis de la mañana me metía en la ducha y pensaba en la primer copa. A las seis cuarenta y cinco me ponía el delantal en el lavabo de la pastelería y pensaba en la primera copa. A las siete y cuarto extendía la masa de las galletas y pensaba en la primera copa. A las ocho hacía galletas de ardilla y pensaba en la primera copa. A las nueve decoraba las mismas ardillas con azúcar glasé de colores –dibujando una espiral marrón en la cola, unos bigotes blancos– y pensaba en la primera copa. A las doce comía un bocadillo y pensaba en la primera copa. A las seis de la tarde, mientras fregaba el suelo, casi podía saborearla. El día era una piel tirante de la que solo el alcohol podía ayudarme a escapar”. 

Entonces llegaba la noche, el momento en el que está socialmente aceptado beber. ¿La liberación? En realidad, no. “Las noches se convirtieron en interminables cálculos ¿cuántas copas de vino ha bebido cada persona de esta mesa?, ¿quién ha bebido más y cuánto de eso?, ¿cuánto puedo beber de lo que queda sin que se note?, ¿a cuántas personas puedo servir y cuánto puedo servirles de modo que quede suficiente para servirme a mí misma?, ¿cuánto tiempo pasará hasta que vuelva el camarero y qué probabilidades hay de que alguien le pida otra botella?”.

Jamison se dio a conocer con el libro de no ficción que escribió después de aquella novela. El anzuelo del diablo (Anagrama) no inventó pero sí impulsó una nueva forma de escribir ensayos/reportajes con un punto confesional y un altísimo grado de erudición. Con su siguiente libro, que se publica ahora en España, la autora afina aun más esa fórmula (una iniciativa público-privada, podríamos decir, como si fuera un ambulatorio) y la lleva al formato XXL, con un libro largo (530 páginas sin contar las notas) sobre su relación con al alcohol. Ella misma dice que La huella de los días (en inglés se llama, más sucintamente, “la recuperación”) es en realidad como cinco libros en uno, trenzados con mano maestra: ni un pelo queda suelto. Uno de esos libros, el más sangrante, es el que cuenta su propia historia, la de una mujer aparentemente exitosa pero consumida por la inseguridad, por la necesidad de impresionar con su cultura y su charla, primero a sus brillantes padres, después a sus no menos brillantes novios y amigos. Cómo bebe, deja de beber, recae y lo deja de nuevo. Los otros libros que hay en este libro tratan temas como la naturaleza misma de la adicción y cómo ha ido leyéndose en el último siglo, la relación entre “el whisky y la tinta”, la estúpida creencia de que el alcohol hace mejores a los escritores, el sistema de Alcohólicos Anónimos y la historia de su fundador, y las biografías de borrachos trágicos como Billie Holiday, Amy Winehouse, Jane Rhys, Elizabeth Bishop o David Foster Wallace. 

En un zoom un tanto titubeante, pudimos hablar con ella sobre casi todo eso. La autora, que contó en un poderoso artículo cómo pasó el coronavirus en primavera, recién separada de su pareja, el también escritor Charles Bock, y encerrada con su hija de dos años, da clases de escritura en Columbia y ha publicado en inglés otro libro de ensayos, Make it scream, make it burn. Lleva sobria desde 2010. 

¿Qué relación tienes con este libro?, ¿te cuesta hablar de él?

No, me gusta hablar de este libro. En parte porque hay como cinco libros en uno. Hay otras cosas que he escrito de las que me canso de hablar, pero no de éste. Muchas cuestiones que se abordan ahí están ahora más presentes que nunca: la crisis de los opiáceos, en Estados Unidos, por ejemplo. El hecho de que Purdue Pharma [la farmacéutica que produce esos medicamentos adictivos] se acabe de responsabilizar de eso. Siento que la historia que cuento ahí sigue desarrollándose.  

Incluso la adicción al alcohol, que hasta hace poco parecía algo relativamente pasado de moda en la literatura, como de otros tiempos, ha encontrado nuevas formas de contarse. Además de tu libro, están los de Mary Karr, Sarah Hepla, Daniel Schreiber…

Me encanta la sensación de ser parte de un grupo de textos. Mary es mi amiga, a Sarah no la conozco pero me encanta su libro. Comparte con el mío esa idea de coro. Tener todos esos libros es parte de lo que yo quería hacer, reflejar varias voces hablando sobre la adicción.  

¿La gente te cuenta sus propias historias con el alcohol desde que lo publicaste?

Eso ya empezó un poco con mi anterior libro, El anzuelo del diablo. Pero fue a más con este claro. Los lectores sienten que yo les he contado mi historia y que una manera de responder es contarme la suya. Cuando se publicó el libro en Estados Unidos me embarqué en una gira de promoción larguísima, de 25 ciudades. Acababa de nacer mi hija, que tenía entonces tres meses, y me la llevé, y a mi madre también, para cuidarla. Eso fue muy curioso porque tenía una prueba muy tangible de cómo había cambiado mi vida, de la autodestrucción cuando tenía 20 años a tener una vida doméstica muy estructurada alrededor de las necesidades de un ser diminuto. De destruir mi cuerpo a usarlo para alimentar a una persona. Mucha gente en las colas para firmar me hablaba de sus problemas con la adicción, pero también de las historias de sus hijos y sus parejas.  Yo las recibía de una manera muy distinta por el hecho de haber tenido una hija. De pronto, pensaba en todas esas personas como en “hijos de alguien”. Cuando alguien me contaba que llevaba una década luchando contra la adicción, yo pensaba en sus madres. Sentía esa sensación de querer proteger a mi hija de todo y saber que no podré hacerlo, y que mucha gente tiene mucha menos protección de la que tiene ella.

En el libro hablas de la idea de que las adicciones se heredan. En tu propia familia existe línea, con tu padre y tu tía. También hablas de que existen personalidades adictivas. Pero me da la impresión, y corrígeme si me equivoco, de que desconfías un poco de esa idea, porque exime de responsabilidad al adicto. Que puede decirse: qué le voy a hacer, mi familia es así, mi cerebro es así. 

La cuestión de la fuerza de voluntad y la adicción o de la responsabilidad personal y la adicción es muy interesante. Existe un modelo que trata a la adicción como una enfermedad, pero eso no deja mucho espacio para la decisión personal. A algunas personas les gusta decir: el cáncer es una enfermedad, la adición es una enfermedad. Pero a mí no me convence eso, porque no son lo mismo. 

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Ese marco solo es útil porque saca a la adicción del reino del pecado y el vicio pero hay diferencias en los mecanismos y en el papel que tiene la propia voluntad. Hay factores genéticos en la adicción y es innegable que los cerebros están construidos de manera diferente, los hay más susceptibles a la adicción. Todo eso es verdad, pero a la vez, somos capaces de tomar decisiones. Las decisiones personales también tienen un papel. Si has caído en la adicción, no eres víctima de una maldición que te impide salir de ahí. 

Tú eres una defensora del modelo de Alcohólicos Anónimos, que últimamente se ha visto muy cuestionado. Se dice que no es útil para las mujeres, que está pensado para hombres. De hecho, en el Gran Libro, que se considera la Biblia de AA, las mujeres solo aparecen como las esposas de los alcohólicos, ¿no es cierto?

AA funciona para algunas personas. A mí me ha funcionado, pero no creo que funcione para todo el mundo. Casi nada funciona para todo el mundo. Para mí ha sido una ayuda extraordinaria. Igual que no creo que haya que leer la Constitución de Estados Unidos como alguna gente que tenemos ahora en el Tribunal Supremo, de manera literal, tampoco creo que haya que entender así el Gran Libro. Lo puedes interpretar y contextualizar y sacar de ahí lo que te resulte útil. La fuerza de AA no reside en este libro sagrado sino en la tecnología básica de la narración, en el modelo comunitario. De momento, es la tecnología más poderosa que tenemos para luchar contra la adicción. No hace falta que sea AA, puede ser cualquier organización independiente de gente que se junta para hablar, pero la verdad es que AA es lo que hay. El hecho de estar entre otra gente y la intimidad que surge de ahí, de compartir historias ayuda. Eso es mucho más fundamental que creer que hay que hacer los 12 pasos a rajatabla. Nunca criticaría la manera en la que otras personas han llegado a la sobriedad.

Es muy interesante la relación entre la sobriedad y la narración. Cuentas cómo la primera vez que te tocó levantarte en una reunión de AA y contar tu historia te boicoteó un veterano gritando “me aburroooo”. ¿No te dieron ganas de decirle: oye, ¡que me admitieron en el taller de escritores de Iowa!, ¡soy una novelista publicada!, ¡Fui a Harvard y Yale!?

Fue un momento que parece sacado de una pesadilla o de una sesión de terapia. 

De esas reuniones aprendió a apreciar el poder del cliché, algo de lo que huyen los escritores.

Lo que encuentro útil de los clichés es que te permiten constatar que hay muy pocas experiencias que son totalmente originales. Casi todo lo que vives, lo ha vivido antes otra persona. Eso te pone en tu sitio. Los clichés esconden esa verdad de lo común, de lo intercambiable. Si soy lo suficientemente humilde para estar abierto a eso, a ese tema común, veré que lo que es verdad para ellos es verdad también para mí. Lo que es genial de los clichés es que no tienen que ser la suma total de tu experiencia, pueden ser solo un principio. Por ejemplo, uno de mis clichés preferidos de AA es uno al que me resistía al principio. La frase: “a veces la solución no tiene nada que ver con el problema”. Ese cliché puede significar mil cosas en mil vidas y esa simultaneidad me parece interesante, cada uno puede darle una interpretación. Durante años, pensé que la solución a mis problemas era pensar de manera inteligente sobre ellos. Al final me di cuenta de que la solución no era la introspección o la autointerrogación sino llevar la comida a un amigo recién operado, o ayudar a mi hija a volver a levantar los bloques de madera que se le han caído al suelo. Eso me ayuda más a salir del agujero de mi misma. 

Las vivencias que cuentas en el libro son muy concretas. Cada fiesta, cada cena, cada conversación, cada pelea. ¿Cómo accediste a esos recuerdos?, ¿escribes un diario?

Sí que escribo diarios, pero la memoria no es algo estático, así que no es como abrir un cajón y encontrarlo. Leer tu diario de entonces es más bien una manera de provocar que surjan otros recuerdos. Después hay otras técnicas que les suelo contar a mis alumnos. Ahora tenemos muchas herramientas para acceder a nuestra propia memoria. Por ejemplo, cuando cuento en el libro el final de mi relación con Dave, con mi ex novio, yo misma escuchaba mi “voz de profe” diciéndome: “sé más específica, Leslie”. Sabía que esa parte me había quedado demasiado  genérica, en plan: cada vez estábamos más separados, nos estábamos distanciando más y más…Entonces, parte de lo que hice fue ir a mis archivos de Gmail para ver qué es lo que estaba pasando en esos días. Una cosa que encontré fue un montón de correos electrónicos de un servicio de suscripción de frutas y verduras, el típico que te envía una caja de productos orgánicos cada semana. En los e-mails te enviaban recetas: qué puedes hacer con tu pak choi, cómo hacer pastel de chocolate con calabacín y todo eso. Cuando leí esas recetas, recordé lo frustrada que me sentía cuando las recibía. Pensaba que si hacía eso bien, podría salvar nuestra relación. El hecho mismo de suscribirme a esas cajas demostraba que buscaba desesperadamente que la relación funcionase. Al final acababa con un montón de verduras pudriéndose en la nevera. Eran los materiales de una vida que tenía buena pinta desde fuera pero no estaba funcionando desde dentro. Y, al margen de esas técnicas, también trato de enseñar páginas del manuscrito a las personas que menciono, siempre que estén dispuestas a participar. 

¿Les da poder de veto?

No, casi nunca lo enmarco así. Solo di capacidad de veto a la gente que conocí a través de AA. Esas historias están muy protegidas, pero aun así, les permití borrar lo que quisieran. Pero a la gente de mi vida no. Lo que les digo es: me gustaría que fueras parte del proceso, léelo, dame tu respuesta y lo editaré teniendo eso en cuenta. Te doy una voz pero no te prometo nada. Mi ex, Dave, leyó un par de borradores del manuscrito y fue muy generoso al involucrarse en el proceso. La versión que salió refleja también muchos de sus recuerdos divergentes. No es que quisiera llegar al consenso pero sí que reconozco su perspectiva.

¿Te sorprendió su visión de vuestra relación?, ¿era muy distinta a la tuya?

Lo que más me sorprendió es que yo había estado tan metida en mi propio descontento que no conseguí ver que él también había estaba herido, asustado. Yo estaba reclamando el monopolio de la tristeza, pensando que era la única que sufría y que el resto del mundo lo llevaba todo genial. Me sirvió para darme cuenta de que él también estaba ansioso y se sentía frágil, no era una persona impermeable con una solidez suprema. 

Esa es una consecuencia de la adicción, ¿no? Caer en el egocentrismo y la falta de empatía.

Desde luego.

¿Hasta qué punto la gente cercana a ti era consciente de su problema? Porque era fácil pensar: “Bueno, sí, Leslie bebe mucho en las fiestas, pero mírala, ha entrado en Iowa con 22 años, hace un doctorado en Yale, va a publicar su novela”. ¿Hasta qué punto estaban preocupados?

Alguna gente en mi vida estaba preocupada a cierto nivel, y otra gente tenía un concepto distinto de lo que significa el alcoholismo, y eso es cierto también en la sociedad en general. Si tu vida no tiene cierto aspecto, si no has perdido tu trabajo, o estás en la cárcel por conducir borracho, no se tiene esta idea del alcoholismo funcional. Los alcohólicos pueden tener todo tipo de vidas. La gente que ha estado alrededor de personas con adicciones sabe que las consecuencias del alcoholismo pueden ser muy divergentes. Es como el coronavirus. Yo tuve Covid y alguien que murió en el hospital también tuvo Covid no significa que ambos no lo tuviéramos. Mi alcoholismo tuvo efectos tóxicos en mi vida y en mis relaciones. Tenía blancazos noche tras noche, me atropelló un coche pero no me dejó paralítica… en muchos sentidos tuve suerte. Antes hablábamos de la vida del libro y también hubo algo de esto. El libro documenta una idea del éxito y la ambición. Alguna gente al leer eso pensó: esto es basura ¿Por qué hablas de la adicción a las sustancias si todas estas cosas te iban bien? Creo que tiene que ver también con los ciclos de la industria editorial. Antes había tenido un libro exitoso y, ya se sabe, nos gusta elevar a alguien y después derrumbarlo. Si escribiese el libro otra vez, quizá lo haría mas explícito, pero no es una coincidencia que quisiera beber cada noche hasta perder el conocimiento y que a la vez quisiera probarme a mí misma yendo a buenas universidades y escribiendo libros. Esos dos impulsos parecen contradictorios pero para mí están completamente conectados. Si tienes un gran agujero dentro que te hace sentir que no eres lo suficiente y que eres una impostora y que te van a descubrir. Ante todos esos miedos hay muchas repuestas que pueden dar. Dos de ellas, que fueron las mías, son intentar ahogarlos emborrachándote cada noche y hacer cosas que me harían sentir que era lo suficientemente buena, que me permitieran impresionar a mi padre, impresionar a mis amantes. Son dos respuestas a la misma emoción, un vacío sin fondo. Suena muy melodramático, pero, ¿no siente todo el mundo un vacío sin fondo en su interior?

Fuiste madre después de terminar el libro ¿Qué opinas de un estereotipo creciente, que va haciéndose hueco en la comedia y en las redes, el de la “madre con vino”, la madre de niños pequeños que necesita anestesiarse con vino al final del día y hace bromas nerviosas al respecto?

Cualquier manera para sobrevivir a la maternidad, que es agotadora, ya sea bloguear sobre ella, o bloguear sobre beber vino siendo madre… lo que te haga falta para sobrevivir estará bien. Hay una cita de una escritora que me encanta, Sarah Manguso, cuando alguien tiene un hábito que le irrita, ella se dice: por la gracia de este hábito esta persona consigue sobrevivir. Me gusta como mantra. En realidad, no me irrita la cultura de las mamás y el vino. Si hubiera sido madre en mi primer o segundo año de sobriedad, seguramente me molestaría más, como me molestaba la gente que bebía, porque aun sentía envidia y deseo. Es más fácil ir por el mundo en tu décimo año de sobriedad que en el segundo, en general.

Cuando dejas de beber, ¿la gente de tu alrededor que aun lo hace se siente juzgada?

Ese es el reverso de escribir un libro confesional, sí. Incluso antes de escribir el libro, cuando la gente sabe que no bebes, si tienen problemas con su propia relación con la bebida, acuden a ti. Lo cual está bien pero hay un tipo de conversación por la que he pasado muchas veces y no me entusiasma. Alguien que tiene preguntas y sobre su relación con la bebida lo proyecta sobre ti. Te peguntan: ¿crees que bebo demasiado? ¡No lo sé, dímelo tú!

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